¿Hay que bajar a los infiernos para decir te quiero?.
Este frío que cala en mi piel,
este frío que saja mi cuerpo desnudo.
Tan solo puedo escribir,
tan solo para arropar mi alma.
Siempre empleo las mismas palabras,
con ellas construyo versos sin contenido.
Pero...¿Qué importa el contenido?,
¿Qué importa crucificar los suspiros?.
El gato trepa por la escalera,
¡Ronrronea!, ¡Ronrronea! ,
y mi cuerpo desnudo se acurruca en tus brazos.
¡Te quiero!...
y bajo a los infiernos del placer.
Mi juventud de veinte años
con cuerpo de hombre y mente alocada,
primeros deseos – primeras incógnitas,
la adolescencia se ha desintegrado.
Primeras miradas furtivas
primeras sonrisas de complicidad,
un roce de pierna a pierna
una simple caricia en el brazo,
hay que dar un rodeo en el paseo
hay que buscar los rincones oscuros.
La complicidad se envuelve en un abrazo.
¡Te quiero!...
y bajo a los infiernos del deseo.
¡Deseo los ojos negros!,
¡Marrones!,
¡Azules!,
¡Verdes!,
¡Grises!,
¡Violetas!,
y salto al vacío de infinidad de cabellos,
rizados,
lacios.
Barbas sutiles,
barbas cerradas y fuertes.
¡Te quiero!...
y bajo a los infiernos de la fornicación.
Una pierna en un hombro,
una mano en un pie,
pie que acaricia los testículos
doloridos por la fuerza de la pasión...
...¿Por qué no decirlo?...
y el pene erecto en dirección del sol
buscando el camino, el sendero, el atajo
para entrar y salir subliminalmente,
¡Despacio – despacio!,
mi mente explota en la gran eyaculación,
en la unidad cómplice del amor.
¡Te quiero!...
y bajo a los infiernos del no amor.
Una tranquilidad intranquila,
un beso en los labios, un adiós.
Hemos pasado un rato juntos,
no conozco el nombre de tu piel.
Tus suspiros se han entrecortado.
Suspiros no terminados: Alegrías sutiles.
Desconfianza,
desconfianza a un lugar,
esa acera donde nos hemos revolcado,
esa carne que se enfría,
ese corazón que late como un robot.
¡Te quiero!...
y bajo a los infiernos de la indiferencia.
Quizá...
la seriedad me turba.
Mi soledad es única y solitaria,
desdén a desdén
me quedo solo en la esquina.
¿Cómo te llamas ruiseñor?.
Tu pelo rizado peina canas,
he dejado de percibir tu olor.
Eres hombre,
¡Yo!, ¿Qué soy yo?
¿Hombre?...
¡Te quiero!...
y bajo a los infiernos del adiós.
Escucho la radio en mi incógnita soledad,
me asusto del breve encuentro.
Aún no he deshojado la margarita.
¿Una nueva vivencia?
¿De cinco...diez...treinta minutos?,
¿Por qué tan efímero tiempo?,
¿En un ferrocarril?,
¿En una odisea en el túnel del metropolitano?,
¿En el hueco de una escalera?
o, ¿En una simple bicicleta de carreras?.
El castillo de naipes se derrumba.
¡Te quiero!...
y bajo a los infiernos de la ingenuidad.
¡Soy!,
¡Somos!,
¡Éramos ingenuos!.
Ni tu indiferencia era dolorida,
ni mis besos eran besos rasgados.
¡Yo!,
acaso, ¿Era yo?,
acaso, ¿Eras tú?,
¿Tú?,
¿Dónde está la diferencia?,
¿Dónde se encuentra la indiferencia ingenua?.
¡Te quiero!...
y bajo a los infiernos de la amistad.
Ha pasado el tiempo silencioso,
la paloma blanca ha revoloteado la corraliza,
los jinetes han domado a los corceles,
los cazadores van en busca de la liebre,
la chiquillada han acosado al solitario
y las fuerzas vivas lo han derribado.
Historias de acoso y derribo,
el clavel rojo sobre el tulipán se ha reclinado,
y la búsqueda continua su busca.
Hombre a hombre: Cabalgadura.
Caballos desbocados: Unidad.
¡Te quiero!...
Un gran poema, Joseba, que gana en cada nueva lectura.
ResponderEliminarUn abrazo.